Los negocios y los emprendedores en España
Como ya he citado varias veces en este blog, la obra de "El árbol de la ciencia" del español Pío Baroja, describe a la sociedad española a finales del siglo XIX, pero lo sorprendente de este libro, es que su descripción, no difiere de como es España actualmente, muestra de ello, hoy les dejo un capítulo completo, que narra la dificultades de un inventor para llevar a cabo sus patentes innovadoras en España, dicha anecdota veridica es una barrera que se sigue presentando en muchos países en donde las pésimas políticas de fomento a la empresa, innovación y emprendeduria suponen más una barrera que un incentivo.
III.- Fermín Ibarra (Sexta parte: la experiencia en Madrid)
Unos días después, Hurtado se encontró en la calle con Fermín Ibarra. Fermín estaba desconocido; alto, fuerte, ya no necesitaba bastón para andar.
—Un día de éstos me voy —le dijo Fermín.
—¿A dónde?
—Por ahora, a Bélgica; luego, ya veré. No pienso estar aquí; probablemente no volveré.
—¿No? —No. Aquí no se puede hacer nada; tengo dos o tres patentes de cosas pensadas por mí, que creo que están bien; en Bélgica me las iban a comprar, pero yo he querido hacer primero una prueba en España, y me voy desalentado, descorazonado; aquí no se puede hacer nada.
—Eso no me choca —dijo Andrés—, aquí no hay ambiente para lo que tú haces.
—Ah, claro —repuso Ibarra—. Una invención supone la recapitulación, la síntesis de las fases de un descubrimiento; una invención es muchas veces una consecuencia tan fácil de los hechos anteriores, que casi se puede decir que se desprende ella sola sin esfuerzo. ¿Dónde se va a estudiar en España el proceso evolutivo de un descubrimiento? ¿Con qué medios? ¿En qué talleres? ¿En qué laboratorios?
—En ninguna parte.
—Pero en fin, a mí esto no me indigna —añadió Fermín—, lo que me indigna es la suspicacia, la mala intención, la petulancia de esta gente... Aquí no hay más que chulos y señoritos juerguistas. El chulo domina desde los Pirineos hasta Cádiz...; políticos, militares, profesores, curas, todos son chulos con un yo hipertrofiado.
—Sí, es verdad.
—Cuando estoy fuera de España —siguió diciendo Ibarra— quiero convencerme de que nuestro país no está muerto para la civilización; que aquí se discurre y se piensa, pero cojo un periódico español y me da asco; no habla más que de políticos y de toreros. Es una vergüenza.
Fermín Ibarra contó sus gestiones en Madrid, en Barcelona, en Bilbao. Había millonarios que le habían dicho que él no podía exponer dinero sin base; que después de hechas las pruebas con éxito, no tendría inconveniente en dar dinero al cincuenta por ciento.
—El capital español está en manos de la canalla más abyecta —concluyó diciendo Fermín.
Unos meses después, Ibarra le escribía desde Bélgica, diciendo que le habían hecho jefe de un taller y que sus empresas iban adelante.
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