Citas Céline Viaje al fin de la noche

Así describe el periodico español El País "Viaje al fin de la noche" de Louis-Ferdinand Céline (1932):

"El siglo XX ha producido pocos escritores tan complejos, polémicos y grandes como Louis-Ferdinand Céline (1894-1961). Leer su obra supone asomarse al abismo porque conocemos su antisemitismo feroz y sabemos que estuvo en el bando de los nazis durante la II Guerra Mundial. La polémica nunca ha dejado de acompañarle. Dicho esto, ¿es Viaje al fin de la noche una de las grandes novelas universales? Sin duda. Por su lenguaje, por su estructura, por su técnica narrativa, fue una obra extraordinariamente innovadora, pero se lee también como un libro imprescindible sobre el conflicto, uno de los mayores gritos contra el absurdo de la guerra nunca escritos. Su protagonista, Ferdinand Bardamu, es un tipo cínico y descreído, un individuo que va al frente sin ninguna gana de ser un héroe, ni de jugarse la vida. “La guerra es al final todo lo que no entendemos”, escribe. A Céline es imposible comprenderlo, pero también dejar de leerlo."



A continuación, les dejo algunas citas de la novela, la cual recomiendo ampliamente:

“La pista que seguíamos conducía allí precisamente, era el camino bueno, bastaba con continuar así durante tres días más y tres noches. Pregunté a aquel español si no conocía por casualidad alguna buena medicina indígena que pudiera apañarme. La cabeza me atormentaba atrozmente. Pero él no quería ni oír hablar de esos mejunjes. Para ser un español colonizador, era sorprendentemente africanófobo, hasta el punto de que se negaba a utilizar en el retrete, cuando iba, hojas de plátano y tenía a su disposición, cortados para ese uso, toda una pila de ejemplares del Boletín de Asturias, expresamente. Tampoco leía ya el periódico, exactamente igual que Alcide también.
Hacía tres años que vivía allí, solo con las hormigas, algunas manías y sus periódicos viejos, y también con ese terrible acento español, que es como una especie de segunda persona, de tan fuerte que es; costaba mucho excitarlo. Cuando abroncaba a sus negros, era como una tormenta, por ejemplo. A mala hostia, Alcide no le llegaba ni a la altura del betún. Tanto me gustaba, aquel español, que acabé cediéndole toda mi fabada. Como prueba de agradecimiento, me extendió un pasaporte muy bello sobre papel granuloso con las armas de Castilla y una firma tan labrada, que para su minuciosa ejecución tardó diez buenos minutos.”


"Viajar es útil, hace trabajar la imaginación. El resto no es más que decepción y fatiga. Nuestro viaje es enteramente imaginario. De ahí su fuerza.
Va de la vida a la muerte. Hombres, animales, ciudades y cosas, todo es imaginación. Se trata de una novela, nada más que una historia ficticia. Littré, que nunca se engaña, lo dice.
Y además, todos pueden hacer lo mismo. Basta con cerrar los ojos.
Ocurre al otro lado de la vida.”


-Acaban de matar al sargento mayor Barousse, mi coronel –dijo de corrido.
-¿Qué más?
-Le han matado cuando iba a recoger el furgón del pan, por la ruta Des Étrapes, mi coronel.
-¿Qué más?
-Lo hizo estallar un obús.
-¿Qué más, carajo?
-Eso es todo mi coronel.
-¿Todo?
-Sí, todo, mi coronel.
-¿Y el pan? –pregunto el coronel.
Inmediatamente después me puse a pensar en el sargento mayor Barouse, que acaba de estallar como el otro nos había dicho. Era una buena noticia. ¡Tanto mejor! Y pensé: “¡Una carroña de menos en el regimiento!”. Había querido someterme al Consejo por una lata de conservas. “¡A cada cual su guerra!”, me dije. En ese aspecto, y de vez en cuando, habíamos de admitir que la guerra servía para algo. Conocía a tres o cuatro en el regimiento, condenadas basuras, a quienes de buena gana habría ayudado a encontrar un obús como el de Barousse.


Conque, al final, volví hacia la ciudad alta. «¡Serás cabrón! – me decía entonces-. ¡La verdad es que no tienes perdón de Dios!» Tenemos que resignarnos a conocernos cada día un poco mejor, ya que nos falta el valor para acabar con nuestros propios lloriqueos de una vez por todas.

Era cierto lo que me explicaba de que cogían a cualquiera en la casa Ford. No había mentido. Aun así, yo no acababa de creérmelo, porque los pelagatos deliran con facilidad. Llega un momento, en la miseria, en que el alma abandona el cuerpo en ocasiones. Se encuentra muy mal en él, la verdad. Ya casi es un alma la que te habla. Y no es responsable, un alma.
En pelotas nos pusieron, claro está, para empezar. El reconocimiento se hacía como en un laboratorio. Desfilábamos despacio. «Estás hecho una braga -comentó antes que nada el enfermero al mirarme-, pero no importa.»
¡Y yo que había temido que no me dieran el currelo en cuanto notaran que había tenido las fiebres de África, si por casualidad me palpaban el hígado! Pero, al contrario, parecían muy contentos de encontrar a feos y lisiados en nuestra tanda.
«Para lo que vas a hacer aquí, ¡no tiene importancia la constitución!», me tranquilizó el médico examinador, en seguida.
«Me alegro -respondí yo-, pero, mire, señor, tengo instrucción yo e incluso empecé en tiempos los estudios de medicina...»
De repente, me miró con muy mala leche. Tuve la sensación de haber vuelto a meter la pata y en mi contra.
«¡No te van a servir de nada aquí los estudios, chico! No has venido aquí para pensar, sino para hacer los gestos que te ordenen ejecutar... En nuestra fábrica no necesitamos a imaginativos. Lo que necesitamos son chimpancés... Y otro consejo. ¡No vuelvas a hablarnos de tu inteligencia! ¡Ya pensaremos por ti, amigo! Ya lo sabes.»

"Cuando yo la abordé en mi juventud, la tifoidea, tan sólo éramos unos pocos los que investigábamos ese terreno, es decir, que sabíamos exactamente cuántos éramos y podíamos realzarnos mutuamente... Mientras que ahora, ¿qué decirle? ¡Llegan de Laponia, amigo! ¡de Perú! ¡Cada día más! ¡Llegan de todas partes especialistas! ¡Los fabrican en serie en Japón! En el plazo de unos años he visto el mundo inundado con un auténtico diluvio de publicaciones universales y descabelladas sobre ese mismo tema tan machacado. Me resigno, para conservar mi plaza y defenderla, desde luego, bien que mal, a producir y reproducir mi articulito, siempre el mismo, de un congreso a otro, de una revista a otra, al que me limito a aportar, hacia el final de cada temporada, algunas modificaciones sutiles y anodinas, del todo accesorias... Pero, aun así, créame, colega, la tifoidea, en nuestros días, es algo tan trillado como la mandolina o el banjo. ¡Es como para morirse, ya digo! Cada cual quiere tocar una tonadilla a su manera. No, prefiero confesárselo, no me siento con fuerzas para preocuparme más; lo que busco para acabar mi existencia es un rinconcito de investigaciones muy tranquilas, con las que no me granjee ni enemigos ni discípulos, sino esa mediocre notoriedad sin envidias con la que me contento y que tanto necesito. Entre otras paparruchas, se me ha ocurrido el estudio de la influencia comparativa de la calefacción central en las hemorroides de los países septentrionales y meridionales. ¿Qué le parece? ¿Higiene? ¿Régimen? Están de moda, esos cuentos, ¿verdad? Semejante estudio, convenientemente encarrilado y prolongado lo suyo, me valdrá el favor de la Academia, no me cabe duda, que cuenta con una mayoría de vejestorios, a quienes esos problemas de calefacción y hemorroides no pueden dejar indiferentes. ¡Fíjese lo que han hecho por el cáncer, que tan de cerca los afecta!... ¿Que después la Academia me honra con uno de sus premios sobre higiene? ¿Qué sé yo? ¿Diez mil francos? ¿Eh? Pues tendré para pagarme un viaje a Venecia..."

Louis-Ferdinand Céline

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