Angel Gurria secretario general de la OCDE habla de la crisis y los riesgos
Sus inicios...
"Nací en Tampico, una ciudad del Golfo de México que colinda con EE UU", explica. "Allí se produjo el boom petrolero mexicano antes de la expropiación de 1938. Yo trabajé de chaval, con 14 o 15 años, en la refinería, porque pagaban muy bien. Estuve seis meses y con eso me compré un Volkswagen. Me fui a la Ciudad de México de chiquito, con seis o siete años, y soy capitalino irredento. Yo diría que con una constante, y es que en una ciudad como México había a disposición una serie de servicios que mi madre, en particular, sin ser una persona enormemente educada en lo formal, pero sí con una enorme intuición y deseo de la excelencia, nos incentivó mucho y yo aprendí varios idiomas, taquigrafía, etcétera. Además íbamos a una buena escuela, incluso por encima de nuestro nivel económico, porque mi padre era vendedor de medicinas, aunque luego fue subiendo de nivel y acabó siendo banquero. Mi madre tenía muy claro que había que ir a la mejor escuela y eso nos ayudó mucho después. Yo empecé a hacer trabajos con nueve años, me iba en vacaciones al hotel Hilton de paje y más tarde hacía trabajo de oficinista en pequeñas empresas para ir ganando plata y como diversión".
Sus recuerdos fluyen con entusiasmo y orgullo. "En 1968, con 17 años, en plena crisis mundial y huelgas estudiantiles, entré a trabajar en la Comisión Nacional de Electricidad, como mensajero, como chófer del jefe y también como traductor. Allí me conecté con el servicio público y las finanzas. Ese año estaba yo haciendo unas traducciones de documentos de ventas de bonos en unidades de cuenta europeas (Europa ya estaba intentando crear su propia moneda, ponderando 14 monedas). Desde adolescente empecé a meterme en ese mundo, gracias a los idiomas; había pocos que hablaran inglés, y no digamos francés e italiano, así que les era muy útil y aprendía mucho y viajaba. Crecí en ese mundo financiero internacional".
Gurría explica con modestia que habla seis idiomas y que eso le ha ayudado mucho en su carrera profesional. Estudió Economía en México DF y trabajó en el Banco de Fomento y la Administración de la Ciudad de México. "Después me vine a Inglaterra a estudiar, a Leeds, a hacer mi maestría en Finanzas y Desarrollo, y a la vuelta ingresé en el Ministerio de Hacienda, donde pasé muchos años; volví a Londres como delegado de México ante la Organización Mundial del Café".
De vuelta a México, en 1979, fue sucesivamente subdirector, director, director general, coordinador, viceministro "y después salí a ser presidente del Banco de Importación y Exportación, pasé a ser el presidente de la Nacional Financiera y volví al Gobierno como ministro de Exteriores y después ministro de Hacienda", dice como si nada. Todo un carrerón.
La entrevista...
Usted es especialmente conocido por su etapa en México, en la crisis de la deuda... La verdad es que yo participé en la gestión de la deuda pública en México durante diez años. Primero, con David Ybarra. En esa época, el trabajo principal que hicimos fue contratar mucha deuda [risas]. Yo era el director de crédito externo, el operador que conocía los mercados, y era conocido en ellos; tenía cierta familiaridad con el arte de pedir prestado y tenía que hacer mi trabajo. Estamos hablando de finales de los años setenta, en que explotó el déficit público y se financió con un fuerte endeudamiento externo. En esa época lo que hacíamos era girar contra los futuros ingresos del petróleo, es decir, la lógica no era solamente de endeudarse, sino que había una certidumbre de que iba a haber enormes ingresos por las ventas del petróleo. Pero lo que pasó es que bajó el precio del petróleo y subieron los tipos de interés de la deuda y, obviamente, se provocó un crunch, sin capacidad de respuesta posible.
¿Qué lecciones se pueden sacar de las crisis de la deuda de México? Aquel fue un caso bastante clásico de un espejismo y de empezar a gastarse el dinero antes de tenerlo. Yo recomendaría a cualquier país que encuentre materias primas ahora, que se guarde el excedente respecto a lo que habría sido el ingreso normal y que lo guarde para generaciones futuras. Además, en esa época abusamos del déficit fiscal para intentar solucionar problemas. En eso nos parecemos a la crisis actual, porque los déficits son excesivos en todos los países desarrollados.
Y en la crisis actual, ¿qué ha fallado? La crisis actual ha sido muy diferente, desde el momento en que había mucha información dentro de una economía global y abierta. Pero hubo una serie de razones que nos llevaron a la recesión. En primer lugar, se han ignorado las señales y las advertencias. Además, no solo no se querían escuchar estas últimas, sino que además había una actitud promocional por parte de algunas autoridades y reguladores, de un cierto orgullo por decir cuánto bienestar produce nuestra industria financiera, a un tipo de interés bajo y unos plazos de amortización altos... todo muy accesible gracias a que el dinero se reproducía a través de la cadena de derivados y sus cómplices, a los que bendecían los reguladores en EE UU.
¿Han hecho autocrítica de por qué los grandes organismos internacionales no previeron la crisis? Todos los mecanismos de alerta estaban referidos a los países en desarrollo, no a los países ricos, que son los que causaron la crisis. Ellos no estaban sujetos al mismo grado de rigor por los organismos internacionales. Además, sus propios organismos reguladores y supervisores, en lugar de tomar la posición contraria al riesgo que se estaba tomando, lo estimulaban, lo animaban y actuaban como promotores. Cuando los reguladores se convierten en promotores, en hinchas del sistema financiero en lugar de estar pendientes de los riesgos, hay una confusión del papel que tienen que desempeñar.
¿Cómo se deben conjugar las políticas de ajuste fiscal con las de fomento del crecimiento económico en la poscrisis? Es muy difícil. Es como un funambulista que cruza las cataratas del Niágara andando sobre una cuerda y haciendo equilibrios con una barra. Está claro que hay que hacer consolidación fiscal. Ya ningún país tiene la opción del gasto público para estimular la economía como hace dos o tres años. Esa opción ya no existe, porque se ha agotado. Al principio de la crisis hubo que destinar muchísimos recursos a la estabilidad del sistema financiero. Había que rescatar el sistema, porque la desestabilización era muy severa.
Y entonces llegó la recesión... Efectivamente. La crisis financiera provocó una parálisis económica, los bancos prácticamente dejaron de prestar y se vio que el virus se había contagiado ya por todas partes. Y hubo una segunda concertación, después del rescate financiero, que tiene que ver con el estímulo fiscal. Cada uno tenía sus posibilidades y necesidades, pero todos llevaron a cabo políticas de estímulo fiscal, que tuvieron éxito, porque se ha salido de la recesión. Pero ello ha causado enormes déficits públicos y deuda pública muy alta que ahora hay que corregir.
¿Cómo afrontar esta tercera fase? Todos los países han quedado exhaustos en sus cuentas públicas y entramos en esta tercera fase en la que hay una convocatoria mucho menos coordinada y orquestada, donde cada cual está haciendo lo que tiene que hacer, o no; cada uno a su velocidad... respecto de cómo aterrizar el asunto del déficit. El problema es que en Europa el crecimiento está por debajo del 2% de promedio; en España, por debajo del 1%, y en EE UU se ha vuelto a frenar en el último trimestre. Sigue frágil la recuperación mundial y es vulnerable y, al mismo tiempo, los mercados están al acecho por el endeudamiento. Esto quiere decir que el asunto de escoger si uno sigue en el estímulo fiscal o no ya no es opción. Se tiene que dar una señal muy clara de qué es lo que uno va a hacer, no solo en materia fiscal, sino también estructural. Ahora resulta que la pregunta no es solo cómo va cada país a ajustar sus presupuestos, sino también cómo va a crecer.
¿Qué hacer? Hoy, los responsables de la política económica tienen un reto de una complejidad, unas dimensiones y unas variables como nunca, en donde ya se agotó el margen de maniobra monetario, ya se agotó el margen de maniobra fiscal, y ¿qué queda...? Pues lo estructural. Tendremos que volver a lo de siempre, lo que ya sabíamos que funciona, pero que lamentablemente no da resultados de un día para otro.
¿Cuáles son las reformas más urgentes? Esa pregunta es la más importante que nos debemos hacer. Y las respuestas hay que buscarlas en las reformas estructurales en educación, salud, innovación y desarrollo, crecimiento verde, competencia, mercados de trabajo, mercados de productos, estructura de los impuestos (que muerdan menos en la creación de empleo y en la inversión y más en consumo y propiedad)... todo ello combinado con las rigideces de la macroeconomía.
Para leer la entrevista completa en: Entrevista Líderes globales No. 3 – El País
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